Dentro de los diferentes sistemas de discriminación existentes, y los que nos quedan pendientes de describir, aparecen complejos entramados que hacen que verdaderamente ocupe un puesto en la dicotomía estructural o anecdótica. Es relevante realizar tal distinción como contestación hacia cierta reacción que atribuye las luchas como fines en sí mismas, es decir, identitarias. Cuando no hay referentes los movimientos sociales tienden a impregnarse de identitarismo, lo cual no siempre ha de tener connotaciones negativas, pero ya es arma arrojadiza hacia los sectores sujetxs a la opresión concreta o estructural. Analizaremos el componente de estructural de la gerontofobia o del edadismo, las razones de estas distinciones, el cierto significado de estas opresiones y cómo son usadas por otros sistemas de discriminación para imponer y mantener sus objetivos.
En una sociedad depredada por el individualismo, la globalización y las nuevas tecnologías; el acceso a muchos recursos que son considerados cotidianos para las personas jóvenes es puesto en entredicho para las personas de edad. Personas que ya no están en edad laboral, personas que ya no forman parte de los diferentes trabajos de producción o servicios. En un mundo plenamente capitalista son personas que no tienen un sentido de existencia. Personas que, muchas de ellas, no pueden cuidar ni pueden trabajar. ¿Qué propósito tienen en una sociedad capitalista?
Desde luego nos importa más bien poco en este blog para lo que sirva una persona, la persona es un fin en sí misma, la persona es válida por ser persona. ¿Qué sentido tendría? Más cuando desde las luchas en contra de la gordofobia se reivindican los cuerpos bellos por el hecho de ser cuerpos y de no disponer de la certeza de tener más cuerpos en otras posibles vidas. Al contrario, tener la certeza de ser cuerpo de deseo, placer, cuidados y función. Nos da igual que una persona sea o no sea útil para un sistema depredador de ecosistemas y seres, pero es de suma importancia recordar los motivos de la existencia de una discriminación estructural hacia las personas de ciertas edades o con ciertas capacidades funcionales y mentales.
La compra de órganos o de seres humanos nunca ha sido ni será una reivindicación de las luchas LGTBIAQ+. No caminamos tranquilxs por las calles, estamos dentro de los armarios en los trabajos… Para que estemos en el mercado de las infancias. No es nuestra reivindicación, de hecho, estamos activamente en contra. No obstante, ciertos sectores se empeñan en indicarnos qué hemos de reivindicar y qué no. De manera similar ocurre con el edadismo. Amigx, que le lleves trienta años a tu marido y que le critiquen por ello no es edadista, es que el caballero tiene faena en deconstrucción muy atrasada y tiene que ponerse urgentemente al día.
Considero que edadista es que la señora Juana que ha trabajado toda su vida en la industria de los cuidados cobre una pensión no contributiva irrisoria, creo que es edadista que el señor Emilio que es maricón y que es soltero no tenga derecho a vivir en entornos seguros para las personas LGTBIAQ+, creo que es edadista la inaccesibilidad a las nuevas tecnologías adaptadas, igual es edadista que la soledad no deseada sea asumida y permitida en las personas de edad en nuestra sociedad. Igual. O igual me equivoco.
Últimamente han surgido numerosas personalidades, generalmente personas consideradas hombres con más edad que sus parejas monógamas o poliamorosas, reivindicando su acérrima lucha contra el edadismo: “su supuesto derecho a tener una pareja o parejas cuarenta años más joven”. Además, esto lo observamos también en ciertos sectores de hombres que tienen atracciones sexuales y románticas hacia otros hombres. En esto hay poder, hay discriminación y sobretodo misoginia.
Cuando tenía escasos veintidós años y mucha inexperiencia, recuerdo que un día cualquiera volviendo hacia mi casa desde la universidad, un señor que me doblaba la edad hacía algún año; ese señor de punta en blanco y con un coche que valdría su edad seguida de tres ceros, en plena tarde con todavía diurna luz tuvo a bien preguntarme mi número de teléfono mientras me tocaba mi barriga sin mi consentimiento. Mi reacción fue de parálisis total, no por miedo de que descubrieran que yo era LGTBIAQ+, hacía años que yo ya vivía de acuerdo con quien era. El miedo venía por la diferencia de poder, ¿qué hubiera pasado en otras circunstancias?, ¿y si fuera de noche?, ¿y si no hubiera nadie en la calle?
Solo podemos hacer conjeturas.
El consentimiento debe ser el centro de nuestras decisiones compartidas. No he venido yo aquí a juzgar el deseo, ni quiero generalizar, solo quiero decirte, señor: si tu pareja tiene treinta años menos y te critican pregúntate las razones, pero no le eches la culpa al edadismo, eso es algo más serio. Quizás dentro de tu inmensa sabiduría senior descubres que las diferencias de experiencias y momentos vitales te confieren un poder de distancias insalvables. Quizás haces memoria, y todo, y averiguas que la violencia nace y es posible dada la diferencia de poderes. Amigx date cuenta, que el tiempo todo lo cura…