En este
artículo pretendo compartir esa alegría que sentimos lxs demócratas al saber
que la historia de Ascensión Mendieta para enterrar dignamente a su padre,
Timoteo Mendieta, asesinado por el franquismo se ha resuelto más éticamente de
lo que al actual estado español le hubiese gustado. Una pequeña alegría y
victoria para lxs demócratas.
En este
país desmemoriado, todavía, están desaparecidas miles de personas republicanas
enterradas, por sus verdugos, en fosas comunes donde sus familiares no pueden
saber cómo murieron o tener, si lo desearan, un lugar terrenal en el que
recordarles. También, por supuesto, donde la ciudadanía española no olvide lo
que ocurrió desde 1936 hasta muy entrada la Transición (no quiero poner ningún
año exacto atendiendo los atentados de Atocha y otras desgraciadas situaciones)
y así poder empezar a pasar página, tanto nosotrxs como el estado y cierta
parte de la Iglesia Católica.
Sé que
muchas veces es innecesario pero cuando hablo de memoria histórica me gusta
recordar porqué… Estalló en 1936 una guerra en nuestro país con el objetivo de
derrocar a un gobierno legítimo, validado por una mayoría de la ciudadanía
española y condenada unánimemente por aristócratas, la cúpula militar y la Iglesia
católica. La Segunda República trajo numerosos avances, siendo probablemente el
más icónico el sufragio femenino, sin menospreciar tampoco la libertad de
cátedra o el intento de reforma agraria, por no obviar el hecho de que, ¡era
una república claro! entonces ahí ya te ganaba. Ni hay que decir que en una
guerra se mataron a fascistas, a inocentes y a republicanxs; la diferencia es que
en los años venideros, en los restantes 40 largos años del franquismo, se
siguieron matando republicanxs y a inocentes; mientras que fascistas y algunxs
inocentes del bando sublevado fueron dignificados. Al estado español le queda por
dignificar a lxs republicanxs y a lxs inocentes del bando democrático, juzgar y
condenar al fascismo y desencadenarse del eterno concordato con la Santa Sede.
Hecho el
inciso ya podemos describir brevemente el caso de Ascensión Mendieta. Ella no
era nada más, y tampoco nada menos que una niña cuando le arrebataron a su
padre. Pasó la dictadura, pasó la Transición, pasaron 40 años de democracia y
desmemoria y gracias a la justicia argentina (y a la ejemplar actuación del
pueblo argentino ante la dictadura que ellxs también padecieron con el criminal
y condenado Videla) y diversas organizaciones para la recuperación de la
memoria histórica; la lucha incesante de 91 años de Ascensión Mendieta (y sus
familiares) servirá, además de para enterrar al sindicalista de la UGT Timoteo
Mendieta, para que todxs lxs que no éramos suficientemente conscientes de que
España es el segundo país del mundo, después de Camboya, en número de personas
desaparecidas (más de 114.000 personas desaparecidas, ahora sí, por la
represión franquista) nos impliquemos más radicalmente en el recuerdo colectivo
de las luchas para la democracia ocurridas en nuestro país.
¿Por qué no
ha sido el propio estado español el que ha ordenado buscar a lxs
desaparecidxs?, ¿acaso el estado español sigue siendo franquista? y ¿parte de
la justicia española? En casos como estos como estos ¿sería necesaria una
justicia supranacional que superara cualquier vestigio autoritario con tal de
hacer cumplir los DDHH? Me temo que responder a estas preguntas es imposible
sin un debate previo introspectivo que debemos tener toda la sociedad española.
No obstante, antes de finalizar este artículo, es imprescindible relatar los
contrapesos que ha tenido este proceso digno de memoria democrática: tenemos
una clase política de derechas que se cree democrática sin serlo, un estado que
todavía no se sacude el franquismo de encima, una ley de amnistía que avergonzó
a lxs inocentes y perdonó a lxs verdugos y torturadores, y una ley no escrita
en nuestra sociedad que nos impide hablar del pasado para, supuestamente, no
reabrir unas heridas que, realmente, nunca han sanado. Perdonando al cuchillo y
olvidándote de la carne no se cierra herida alguna.
Pese a todo
esto ganó la justicia, ganó Ascensión Mendieta, ganamos todxs. Todas y cada una
de las situaciones que he enunciado merecen un artículo propio por su complejidad
ideológica y social, pero la memoria
histórica también es reivindicar las victorias, y esta ha sido una que nos va a
hacer mucho más demócratas de lo que éramos. Pues, que una hija haya podido
enterrar dignamente a su padre asesinado por el fascismo nos indica que una
gran parte de la sociedad ya no tiene miedo al mismo, sabe que las heridas solo
las cerraran la memoria histórica colectiva, no quiere volver a lo que fue el
franquismo: una dictadura, está ansiosa de democracia y básicamente quiere que
su estado (y en parte la Iglesia católica) reconozca los crímenes que perpetuó o
consintió. Una guerra es una guerra, sí, e inocentes hubo de todos los bandos, sí,
pero unxs fueron dignificadxs (en una gran parte), y todxs lxs demás siguen en
las cunetas. Además de que después de la guerra vino la represión: no olvidamos
a Puig Antich, ni los atentados de Atocha, ni Vitoria, ni a lxs exiliadxs, ni a
lxs estudiantes y sindicalistas torturadxs por el estado, ni a las mujeres de
los rojos (http://www.aguilardigital.es/?p=12992), ni a lxs familiares de lxs
represaliadxs.
Este logro
puede ser el comienzo del final de la impunidad del franquismo, puede permitir
iniciar pequeños pasos como cambiar el nombre de calles y plazas con nombres de
franquistas, hacer realidad más casos resueltos de “los bebés robados”, condenar
finalmente el golpe de estado de 1936 e iniciar los posteriores juicios a los
torturadores y asesinos. Y aunque de momento se trate de quimeras hemos de
congratularnos, cada vez tenemos más memoria. De aquí hasta el referéndum para
conseguir la república no hay ni un suspiro ¡Acordémonos!