Quién nos iba a decir en enero del pasado año 2020 que el hito anual sería un endemoniado conglomerado de proteínas y ácidos nucleicos denominado COVID19. No pretendo aburriros, ni incluso agobiaros con el recurrente tema televisivo y social de la pandemia que todavía, un año después nos golpea social, biológica y psicológicamente. Además de familiar y comunitariamente.
Esta pandemia nos ha cambiado mucho, esta infección nos duele ya demasiado durante demasiado tiempo. Y tras no haber pasado la enfermedad creo que no he sido lo suficientemente consciente de la necesidad de ventilación emocional que tenía. Soy sanitarix, residente. Necesito contar lo que yo he vivido y vivo, lo que muchxs han vivido. Siento la poca originalidad, pero es una necesidad.
Si te infectas por COVID19 o SARS-CoV2 puedes tener una variedad de sintomatología de carácter bastante diverso: pérdida del gusto y el olfato, fiebre, tos, sensación de falta de aire, dolor de pecho, diarrea, náuseas y vómitos, dolor de cabeza, malestar general, dolor muscular, lesiones cutáneas y un largo etcétera. Ya os lo sabéis, lo decís todos los días a lxs paciente, lo oímos en todas las conversaciones de camino al trabajo, realizando ejercicio, sacando a nuestra mascota a pasear o buscando trabajo. Debido a esta sintomatología los servicios sanitarios han habido de estructurarse de tal manera que separasen a lxs pacientes con o sin sospecha de la manera más rápida y correcta que se podía; muchas veces improvisando circuitos o suplicando nuevas instalaciones a una administración aséptica, cruel, impuntual y carente de empatía que a menudo nunca han llegado. Hemos visto colas de pacientes esperando fuera de su centro de salud por falta de una sala de espera amplia y ventilada. Hemos visto pacientes encamadxs esperando una habitación que no llegaba, sin intimidad, sin acompañantes. Lo hemos visto y lo hemos intentado denunciar. Amenazas, censura, silencio, castigo y en su mejor caso promesas al viento. La primera ola nos descubrió un sistema sanitario dependiente de la vocación de sus profesionales y pobre en recursos, pobre en derechos.
Ansiedad, duelo, depresión, intentos de suicidio, aislamiento, miedo.
La salud mental se ha visto muy afectada durante esta pandemia. Escribo este texto a principio de febrero, lo publicaré en marzo deseando que esta pesadilla nos haya dado una nueva tregua.
Desde el aislamiento en una habitación pendiente de que unx sanitarix te diga si tienes o no el virus dichoso, hasta el aislamiento en tu habitación para proteger a tu familiar porque trabajas en la tienda, en el hospital, el centro de salud, eres profesora, peluquerx o “simplemente” trabajas con muchas personas, te acaba afectando. Amigx quiero escuchar tu dolor porque lo comparto, lo vivo como tú. Aun así necesito que me cuentes cómo te encuentras de ánimo. No es desdeñable el miedo y la ansiedad por contagiar a otras personas, en especial a familiares, convivientes, amigxs, pareja… no seamos hipócritas.
Lo social ha afectado de diferentes formas según la edad o generación de la persona a la que analicemos.
Observamos cómo los medios de comunicación criminalizan constantemente a las personas jóvenes en edad mientras, simultáneamente, criminalizan a otros medios por su falta de empatía para con esas personas. Es evidente que las medidas restrictivas sociales son de las más efectivas, no afectivas, para prevenir la transmisión del virus, no obstante, parece injusto que según qué personas que ya han vivido lo que se conoce como época social de juventud más precoz critiquen sin tapujos a las personas de menos edad a las que les es, al menos, un poquito más difícil no tener una vida social más extensa. Debe haber por allí algún equilibrio que no estamos sabiendo identificar. Tú habrás vivido una graduación, tu primera cita, la primera fiesta, la primera quedada con tus amigxs. Debe de existir este equilibrio y debemos tener esto presente antes de condenarlos a la guillotina.
El caso de las personas de edad más avanzada, en especial las personas de edad geriátrica es sangrante. Son los grupos de personas que más mortalidad tienen con respecto a la infección de este virus, con quienes se es más cuidadosx. Un cuidado que, más frecuentemente de lo que desearíamos, se traduce en soledad. Personas a las que el confinamiento no les ha prevenido de afecciones, que si bien no letales, son también importantes. En barrios y pueblos en los que el centro de salud es la zona de acceso de control de enfermedades pero también de dificultades sociales de personas, en especial, de edad se tenía un especial cuidado o atención para con estas situaciones y circunstancias; el virus ha implantado un trabajo burocrático y aséptico al personal sociosanitario escaso que ha ido desplazando de forma descorazonada la tarea de control y la facilidad de acceso a una única supervisión que muchas de estas personas tenían. Cierto es que mucho papel tendremos lxs sanitarxs al no denunciar suficientemente esta situación.
Ni que hablar tengo de las trágicas situaciones laborales de cientos y miles de personas.
De la situación de estatus serológico y su intersección con la racialización y la xenofobia.
No son olimpiadas de ver quién está peor, desde luego siempre habrá alguien que lo esté pasando mal. ¿Qué podemos hacer con toda esta situación? La ventilación emocional está bien como medida de supervivencia pero si solo es un parche al final caerá. Quizá un parche más grande, un periodo de descanso de tanta restricción nos ayude a ponernos biopsicosocialmente al día y agarrar de la mano a quiénes el sistema está dejando atrás y llorar a quienes permanecen en nuestros recuerdos. Siento ser pesimista en este artículo, además de no decir nada nuevo pero yo también estoy cansadx y necesito decirlo. Quizá decirlo es una forma de darte cuenta que no estás solx, que si muchxs nos ponemos de acuerdo esto puede llegar a tener un final. Y lo tendrá, tiene que tenerlo compañerxs porque nos queda demasiado por hacer.