No es nuevo ni es original lo que pretendo comunicar en este artículo. Quería esperar a leerme el libro de Rubén Serrano No estamos tan bien, pero la actualidad se ha superpuesto a mis planes. Urge hablar, de nuevo, de la problemática del amor dentro de las reivindicaciones del colectivo LGTBIAQ+. Han asesinado a un chico del colectivo, siguen agrediendo a las personas con orientaciones y en especial identidades y expresiones de género diversas en intersexuales. Surge por tanto la emergencia de no retroceder en lo logrado, que es mucho. Sabéis que en periodos de crisis, los derechos humanos logrados no están garantizados en especial, si fueron logrados recientemente; podríamos hablar de la despatologización institucional de la transexualidad como ejemplo paradigmático. Tampoco ayuda la amplia representación en la política institucional de los alambradores del horizonte. Sin embargo, el amor sigue siendo un eje central de justificación de los retrocesos de nuestros derechos, paradójicamente.
En enero del pasado 2020 escribía acerca de la problemática de utilizar la atracción sexual como paraguas acogedor de todo origen de las discriminaciones en cuestión de orientación, género, identidad, sexo y expresión; lo que recientemente me ha gustado denominar como Conglomeridad. Hablo de englobar pero realmente sabemos que se trata de reducir la complejidad de la discriminación hacia el colectivo. A menudo incluso se culpabiliza, a quien está sufriendo la discriminación, de querer más derechos; entonces cabe recordarles que conseguir derechos humanos no despoja de derechos a otros grupos, quizá de privilegios, eso es otro concepto.
No quiero generar conflicto en la pertinencia, idoneidad y deseo de las personas alosexuales no normativas. La persecución de las relaciones sexuales entre personas del mismo género ha sido universalmente practicada por lxs sanxs seguidorxs del cisheteropatriarcado. La centralización de la lucha del colectivo en el amor sexual no solamente borra disidencias, sino que verdaderamente anula e invisibiliza luchas por la autodeterminación de género, la inclusión de las expresiones de género no normativas dentro del imaginario colectivo o las reivindicaciones por la desmedicalización de los espectros intersexuales.
Recuerdo en las noticias de la televisión como en un día del Orgullo, creo que del año 2014, se dio cobertura paralelamente a una concentración, por entonces, minoritaria de una escisión sectaria extremista en contra de los derechos humanos que proclamaba la aceptación de lxs desviadxs siempre y cuando fuera en la intimidad de una habitación, alejadxs de la vista de cualquier mirada infantil a quien pudieran trastornar. En esos momentos reflexiono acerca de un par de premisas: ¿tendrá validez la pregunta de cuándo nos dimos cuenta de quiénes éramos? Ni que no hubiera niñxs con identidades, expresiones u orientaciones no normativas. El segundo planteamiento me lleva a cuestionar, de nuevo, la problemática del #LoveWins. Para ese grupúsculo extremista las personas del colectivo ya poseíamos los mismos derechos que ellxs ¿qué demonios reivindicábamos entonces? Quizá mi obsesión por conocer la historia del movimiento del colectivo me haga buscar alguna justificación a tales argumentos. Es cierto que la continuidad de las reivindicaciones, específicamente, de los hombres blancos homosexuales fue la libertad de tener relaciones sexuales con personas de su mismo género. La normalización de las relaciones afectivosexuales entre personas del mismo género en la intimidad como reivindicación central todavía es punto primero en la agenda de muchos activistas homosexuales blancos y varones, de algún modo también podríamos mencionar temas como la profilaxis preexposición contra el VIH; pero esto daría para otro artículo. Ciertamente, no siempre especificaban la libertad de la muestra de afectos en público pero por un lado, en sus mentes sanas patriarcales, quiero justificar al grupúsculo extremista pensando en su desconocimiento del origen de las luchas del colectivo. Luego recuerdo las palabras de Brigitte Vasallo: “el sistema admite una irregularidad”, admite una tara, no más.
Se ha mencionado en numerosas ocasiones, cuando los colectivos logran derechos el sistema no le queda más remedio que reconocer alguno. No excluiremos el cuestionamiento continuo de derechos en periodos de crisis. Es de ese modo que me parezca tan poco ambicioso el paraguas del amor. Es impropio y antinatural en un colectivo tan diverso y tan vanguardista como el LGTBIAQ+ limitarse a un tema, que si bien es central en la sociedad actual, tan singular y excluyente. Nuestro colectivo cuestiona ejes tan diversos como el género en su identidad y expresión, su relación con la genitalidad, la existencia de personas con diversidad de atracciones que no incluyen la sexual, las intersecciones con cuestiones de corporalidades, racialización, diversidad funcional, neurodivergencias e innumerables ejes de opresión que nos quedan por reconocer y por combatir. Para estar exclusivamente luchando porque un par de señores y señoras puedan follar en la intimidad y privacidad de su domicilio, habitación o armario. Perdonad la exageración, sé que el movimiento #LoveWins aboga por la expresión de afectividad en cualquier ámbito pero no podemos limitarnos, no podemos ser nosotrxs mismxs quienes nos cerquemos el horizonte, para eso ya está la reacción extremista de la LGTBIAQ+fobia.
Ya dije en aquel momento que qué le importaba a la bollera con martillo, al marica con pluma, a la niña trans sin passing, al bisexual cuando le cuestionan la validez de su orientación sexual, a la asexual cuando la patologizan, cuando nos insultan por la calle, cuando nos agreden, cuando asesinan…
La buena intención del paraguas del amor sexual en aquellxs que todavía no han incidido en la diversidad de nuestras reivindicaciones por desconocimiento o falta de interés por privilegiadxs, entre quienes me incluyo, pueden pecar al reivindicar la exclusividad a veces intencionada, pero por ellxs inintencionada metonimia amorosa. Surgen entonces planteamientos y dudas a cerca de las naturalezas de odio al colectivo conglomerado en las acciones de ciertas alimañas hijxs sanxs del patriarcado.
¡No le conocían! ¡Iba solx sin pareja! ¡Si parece del género correcto! ¿¡Cómo lo puede saber si no se ha acostado con esa persona!?
Esto trasciende el amor, el amor es muy importante para todas personas, así como también lo es el sexo para muchas; que como sabemos no siempre es lo mismo ni tienen porqué ir de la mano. Conocemos centenas de casos de personas del colectivo que fueron agredidas cuando mostraron su efectividad en público, evidentemente no ocurre tan sistémicamente en la privacidad del domicilio de unx, pese a que esto también puede ser leído como un privilegio, algún día podríamos hablar del Cruising y lo que supone para muchas personas que no ven privacidad ni en su propia vivienda; con todas las diferencias que pueden haber en estas experiencias. No obstante, todos los mecanismos del miedo van más allá de mostrar afectividades en público. ¿Por qué cuando estamos viviendo no de acuerdo a como realmente somos tratamos de esconder actitudes, experiencias, rasgos de personalidades, gestualidades o utilizamos ciertos vestuarios? Solo son unos ejemplos, son innumerables las técnicas utilizadas para escondernos del odio, una forma de ocultar nuestra conglomeridad. Desde los códigos de colores al lenguaje verbal y no verbal, son solo unas muestras de la performatividad que hemos de llevar a cabo, del molde en que nos hemos de colocar.
La angustia de ocultar quien verdaderamente se es va más allá de ocultar a quiénes te puedes sentir atraído sexualmente. La negación de la propia persona supera con creces la temática del #LoveWins porque es imposible negarse continua y constantemente en público y en privado, y quienes han de cercar los horizontes lo saben, incluso saben mucho antes que nosotrxs le hayamos puesto nombre a nuestras vivencias y sentimientos que somos unxs monstruxs como reivindica Susy Shock. Precisamente por esto decido realizar esta crítica a quienes llevan el paraguas del amor sexual a extremos demasiado injustos. Las personas con disidencias conglomeradas no entran en dichos moldes, no se sienten constantemente identificadas con un paraguas que como la letra G acostumbra a superponerse en el enorme resto de experiencias e identidades. Las personas que no hemos tenido pareja activa, las vírgenes, las transgénero, las asexuales, las poliamorosas, las bisexuales, las personas sin passing, las personas con pluma y martillo, las personas mayores ¡También hemos sentido miedo! Miedo a ir solxs por la calle, al cruzarnos a un grupo de personas, a ir a una discoteca, a vestir de acuerdo a nuestras expresiones o identidades, incluso a hablar libremente sin miedo a que nos delaten nuestros gestos, nuestras palabras, nuestro tono.
Desafortunadamente el #LoveWins y el paraguas de la atracción sexual y el amor no son suficientes para explicar toda la violencia hacia el conglomerado LGTBIAQ+, un colectivo complejo en el que confluyen, ya, numerosas formas de intersección. Cuando la misma forma de reír puede llegar a ser objeto de violencia verbal y física es que la atracción sexual no es tan importante. Desde luego sigue siendo transformador y aunque no tanto como años pasados, las protestas en forma de besadas públicas siguen siendo formas de desafiar el sistema muy potentes y transgresoras pero no deben ser la parte por el todo, porque mostrar solo una parte permite la existencia de argumentos para negar la violencia que sufrimos y podemos llegar a sufrir por ser quienes realmente somos, permite la relativización de nuestro sufrimiento, permite la erradicación de nuestras reivindicaciones y posteriormente de nuestros derechos.
Escribo este artículo ante la emergencia que nos genera el asesinato acontecido hace ya un par de meses. Lo hago porque me genera miedo y espanto lo que le hicieron, lo hago porque no podemos dejar que ese miedo humano que sentimos nos permita retroceder un ápice de nuestros derechos conquistados, de nuestro camino hacia el horizonte. Lo hago con la frase Alana S. Portero: “contra el becerro, pluma de hierro”. No nos cansaremos de ser quienes somos compañerxs.